La rodillona
En las calles de las iglesias de los pueblos de Colombia, se ve a una anciana
devota, con velo, crucifijo en pecho, camándula y misal, que exterioriza con
gritos su eterno tormento cuando camina y se postra en el reclinatorio a orar.
Los feligreses y parroquianos dicen que la rodillona era una mujer
arrogante, soberbia y vanidosa a la cual el destino sanciono con una artritis
incurable y desde entonces asiste todos los días a la misa de aurora y a la del
anochecer y de rodillas le da vueltas al templo y desciende las escalinatas del
atrio apoyándose en sus rotulas cumpliendo una promesa y penitencia para
librarse del remordimiento que no deja en paz a su conciencia.
Cuentan que a veces la rodillona es la última en salir de la catedral, que
se sostiene en una muletas metálicas, sonoras y que anda lento como una
tortuga y que pisa fuerte como un
elefante. Que al mirarla causa lastima y conmiseración pus sus rotulas parecen
calabazas enormes, peladas y sangrientas; martirizadas de tanto hincarse a
venerar al sumo hacedor a la virgen y a
los santos.
Dicen que la rodillona se sabe de memoria todas las oraciones, salmos,
letanías y canticos y que en su vestuario tiene enganchadas con nodrizas
medallas, escapularios e imágenes religiosas, que carga un galón de agua
bendita, un aspersorio y un sahumador para esparcir incienso.
Dicen que la rodillona además lleva terciado un talego con docenas de
veladoras, las cuales prende al altísimo frente al altar de oro y las que le
sobran las enciende en las repisas de la lapidas de las tumbas del campo santo;
implorando para que las animas de los difuntos puedan descansar en paz.
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